RELATOS DE LA MUJER EMPRENDEDORA RURAL
“Que las mujeres emprendedoras de la España vaciada, son emprendedoras en todos los aspectos. Y lo son de verdad”
Así finaliza el relato de una de las dos ganadoras – Heba Nemeur- del concurso de microrrelatos “mujer emprendedora” organizado por el Grupo de Acción Local ADEMA dentro de la Estrategia de la Mujer Rural, concurso que ha sido realizado para homenajear a esta mujeres que aman su pueblo y del que se sienten orgullosas, mujeres imparables que demuestran cada día su valor.
Al concurso se presentaron un total de 35 narraciones cuyos autores fueron los jóvenes de primero y segundo de bachillerato del Instituto de Almazán Gaya Nuño y del Instituto de Arcos de Jalón Ribera del Jalón, siendo las ganadoras Paula Andrés Muñoz “De nada a todo y de todo a más” y Heba Nemeur El Aoudi “Dicen que son de la España Vaciada”.
ADEMA ha publicado un libro con los 12 mejores relatos (puedes adquirir un ejemplar en ADEMA) donde las protagonistas son emprendedoras en el sureste de la provincia de Soria, mujeres que volvieron y mujeres que nunca se fueron pero mujeres con mucho valor e ilusión. ¡Felicidades a todas¡
Los relatos ganadores fueron:
“DE NADA A TODO Y DE TODO A MÁS”
Paula Andrés Muñoz. Instituto Gaya Nuño. Almazán
El origen de esta historia se encuentra en un bonito pueblo de la provincia de Soria, situado al sureste de la comarca de Almazán. Es allí donde reside nuestra protagonista Susana: en Moñux.
Susana es una joven que creció en un pueblo pequeño junto a sus padres; sin embargo, estudió en Almazán, que está a pocos kilómetros de Moñux.
La joven era una chica inquieta y estaba deseosa de comerse el mundo. El hecho de vivir en un pequeño pueblo le proporcionaba las ganas de salir de él hacia un sitio más grande, como lo es la capital, como muchos jóvenes quieren hacer cuando se les da la oportunidad. Por lo tanto, cuando Susana acabó los estudios en Almazán, se fue a Madrid para empezar la carrera de Biomedicina. Ella era muy estudiosa y dedicada, nada que se le pusiera en medio podía pararla, o al menos eso creía ella.
Domingo, 18 de marzo, dos llamadas perdidas de mamá y un mensaje que dice: “Llámame lo más pronto que puedas, es urgente, cariño.”
La ilusión que Susana sentía al vivir una nueva vida en otro lugar diferente al de sus orígenes, con gente y experiencias nuevas y todo lo que una universitaria desearía tener, se transformó en un temor que hacía arder el corazón en cada latido, esos que aumentan la velocidad al escuchar un “la persona a la que llamas no está disponible”. ¿Qué podía estar pasando?
Tristemente su padre enfermó y debía ser ingresado cuanto antes. En una de las cien llamadas de madre a hija y de hija a madre, esta le pedía su regreso a casa, a la de verdad o al menos a la de siempre. ¿Por qué? Porque la necesitaban.
El padre de Susana siempre ha sido ganadero, y su madre le ayudaba cuanto y cuando podía. Ahora le tocaba a ella, a Susana. Ella tenía que encargarse del ganado mientras sus padres permanecían en el hospital esperando una buena o mala respuesta.
A pesar de que Susana paró sus sueños en seco, decidió salir adelante y
ayudar a sus padres, quienes siempre habían luchado por ella y porque no le faltara de nada. Sabía que iba a ser difícil, sí, pero su madre le dio las instrucciones necesarias para que, junto con lo que podía rescatar de los recuerdos de cuando acompañaba a su padre al campo, con los ojos húmedos se pusiera manos a la obra. Aunque más bien lo que le dio esa fuerza fue el último abrazo con su padre antes de marcharse.
Al principio, Susana intentaba hacer lo básico pero al máximo: sacaba al ganado a pastar bajo la Torre de Moñux. Esos paseos le servían como momento de reflexión, y con la mirada clavada en el horizonte lamentaba lo que había dejado atrás mientras buscaba algo que pudiera convertir ese trabajo en algo que de verdad pudiera engancharla. Estaba empezando a sentirse libre, sin horarios, sin presión, cómoda con lo que hacía y parecía haber algo que lo consiguiera.
Aparte de sacar al ganado a pastar, Susana se tenía que encargar de los trámites administrativos y lo hacía en Almazán, en su antiguo pueblo de estudio. Allí la gente mayor convertía la emoción de Susana en vergüenza. “¿Cómo vas a encargarte tú de eso, niña?”, decían, “vas a arruinar el negocio familiar”, repetían. Susana callaba y pese a sentirse hundida, salió a flote.
Después de ocho meses trabajando y estudiando o leyendo libros que pudieran ayudarle a manejar la situación, se propuso el objetivo de crear su propia empresa de queso con la leche de su ganado, como hacía cuando era pequeña. Su madre no dudó en ayudarla en todo lo que necesitó, ya que nadie más quiso, porque ¿quién iba a esperarse algo grandioso de una mujer primeriza cuya ambición no es el campo ni el negocio sin ayuda de la figura de un hombre? Otra mujer, su madre, y con su aportación se puso manos a la obra.
Primeramente, sus productos estaban realizados en cantidades pequeñas vendidas en el mercado de todos los martes en Almazán. Su queso fresco de oveja llamado “Tierras de Almazán” empezó a ser el éxito del mercado.
Lo que empezó en pequeña escala fue creciendo y creciendo hasta que los
quesos empezaron a llegar no solo a los habitantes de Almazán, sino de Soria capital junto con otros de sus pueblos.
Poco a poco Susana y su comercio de quesos y su ganado se hicieron un hueco en este mundo donde a las mujeres, por serlo, nos cuesta un poco más, pero ya he dicho que a Susana no le para nada ni nadie, igual que a las demás, porque con ganas y constancia todo se puede.
Y es así, la vida da muchas vueltas y las vueltas dan mucha vida. Susana a pesar del gran giro que sufrió en su vida y en sus sueños, decidió cumplir el de su padre, heredando no solo lo que él tenía, sino su ambición también, porque ni las administraciones ni el papeleo para llevar una explotación agraria agacharon la cabeza de Susana, el trabajo duro le sirvió para ser cada día mejor y, a día de hoy, ella sigue observando desde el Castillo de Moñux el horizonte, recordando a su padre y sintiéndose orgullosa de sus logros, porque seguro que su padre también lo estaría.
Que no dejemos nunca de lado la figura del pastor en nuestros campos y, sobre todo, que no dependa de ser hombre o mujer, que todos juntos podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos si creemos en nosotros mismos, como Susana, ahora una propietaria bella y necesaria para los campos de Soria
“DICEN QUE SON DE LA ESPAÑA VACIADA”
Heba Nemeur El Aoudi. Instituto Gaya Nuño. Almazán
Pili se levanta a las seis de la mañana. Dice que lo hace porque a quien madruga Dios le ayuda. Yo creo que es porque, sI no, el pan no estaría listo para las nueve. Son pocos en el pueblo, noventa y cuatro, si contaba con el nieto de Yoli que se había ido a estudiar a la ciudad. Son tres tandas al día, podrían ser dos o incluso una, pero el pan debe estar recién hecho para desayuno, comida y cena. Así les gusta a los del pueblo. A veces no le da para la luz. A veces no queda harina y cierra más pronto para no dar explicaciones. A veces piensa en cerrar su preciada panadería. A veces piensa que desde que Pepe ya no está las cosas van a peor. Y en que a Pepe siempre le gustó la panadería. Y en que Pepe estaría orgulloso de lo fuerte que es. Y en que Pepe siempre apoyó su proyecto. Y en que Pepe ya no está. Treinta años casados y para Pili son toda una vida. Es lo que era él. Vida. Por eso seguía, porque esos pensamientos que le asaltaban una vez se acostaba le asaltarían todo el día. Y porque no tiene nada mejor que hacer. Y porque le gusta.
Yoli tiene una tienda de zapatos. Negocio propio. “La tienda no es suya, solo trabaja en ella”, dice la gente. Supongo que es difícil admitir el éxito de otros desde la envidia. Y no es que le vaya muy bien. Cada vez son menos los que viven en el pueblo. Comprar por Internet y desde el sofá de casa debe de ser más fácil que visitar su tienda. Y lo entiende, por eso busca siempre traer lo nuevo del mercado. Pero para eso necesita dinero. Tenía unos ahorros. Pero su hija volvió hace dos veranos. Rompió con su nuevo novio y está en el paro.Yoli es quien paga la universidad de su nieto. Y su alojamiento. Y la hipoteca de la casa que compró su hija creyendo que con aquel novio construiría un para siempre. Eso eran muchos gastos. Su marido recibe ayudas por su grado de discapacidad pero cada vez está peor. Yoli tiene pensado jubilarse cuando Rafa ya no esté. No sabe qué hará después y eso no le deja dormir. No quiere acabar en una residencia. “Ojalá alguien cuidara de mí como yo de Rafa” pensó. El amor no se extingue con los años. Crece. Pero solo si es amor, claro. De momento, seguirá con la tienda, pero no sabe lo que le deparará el futuro.
Supongo que nadie lo sabe. El relevo generacional es lo que preocupa a Yoli. Porque sabe que su hija no estará por más tiempo en el pueblo. Ni su nieto. Y cuando ella ya no esté solo quedará el letrero oxidado de lo que un día fue su más preciada posesión.
Ser mujer no es fácil. Ser mujer emprendedora en la España vaciada, menos. Por eso Pili no se rinde. No se trata solo de un negocio, se trata de un legado. Porque ella es la
panadera del pueblo, y su ausencia podría provocar un efecto dominó. Si no hay ni
panadería, ni colegio, ni centro de salud, ni farmacia, ni tiendas de comida, ni tiendas de ropa; la gente se irá yendo a la ciudad. Y Pili no podría soportar eso, no al menos teniendo parte de la culpa. Porque ella sigue teniendo esperanzas en que, algún día, quizás, su pueblo volverá a ser su pueblo. No el de ahora, el de antes. De cuando había niños por todas partes y calles llenas hasta las tantas. De cuando las madres lavaban en el río y cantaban y reían. De cuando las bodas significaban fiesta todo el día y la música inundaba todo el pueblo. De cuando era un pueblo de verdad.
Quizá esa es la diferencia. Que las mujeres emprendedoras de la España vaciada son
emprendedoras en todos los aspectos. Y lo son de verdad